-Te casarás con quién yo diga y punto…

Isabel era pretendida por Marcos, miembro de una de las familias más poderosas de la comarca. Para Andrés y Jimena era una oportunidad de emparentar con lo más granado de la región. Ellos que eran de procedencia humilde, veían la posibilidad de una “buena boda” para su hija, sin cuestionar enamoramientos o cariño.

Isabel tozuda como buena tauro, no quería saber nada del joven Marcos, en parte porque no le atraía lo más mínimo, ni como persona ni físicamente y en parte, porque no admitía que sus padres la obligaran a casarse eligiendo ellos el novio.

Corrían los años cuarenta y las privaciones tras la guerra eran muy grandes. Las malas lenguas decían que la fortuna de la familia de Marcos se consiguió a través del contrabando y del fraude y probablemente con un alto coste en vidas.

Isabel y sus padres discutían casi a diario, a vueltas con la posible boda, pero una tarde Andrés perdió la paciencia ante la terquedad de su hija y le propinó una sonora bofetada, que fue solo el inicio de una tremenda paliza, para que la chica entendiera quién mandaba en casa. Jimena, su madre, apoyó al marido y le jaleaba para que diera una lección a su hija. Solo Ramón el hermano de Isabel, trató de impedirlo, primero a gritos y luego agarrando al padre, pero solo consiguió enfurecerle más y recibir un puñetazo en la cara que le partió el labio.

Cuando don Anselmo, el doctor, pasó por la casa avisado por los padres y vio el percal, no preguntó lo sucedido. Se limitó a curar las heridas y dar unas recomendaciones de reposo absoluto, ante la fractura de dos costillas que presentaba la chica. Al salir de la casa, tan solo dijo, “tranquilo Andrés, que la letra con sangre entra”.

Había pasado un mes y ambas familias hablaban de festejar el enlace al comienzo del verano. Isabel no del todo recuperada, accedió a salir del brazo de Marcos por las calles del pueblo, ante la satisfacción de ambas familias. La de Isabel por emparentar con lo “mejor” de la comarca y la de Marcos, porque necesitaban congraciarse con el pueblo llano y la boda con esa humilde familia, les abriría otras puertas para el mercadeo de géneros prohibidos.

Una mañana de domingo, Isabel y su hermano Ramón fueron caminando hasta la playa y allí permanecieron durante casi dos horas. Hablaron largo y tendido.

El lunes por la tarde Isabel, no regresó a casa. Ni por la noche. La madre se alarmó. Había una nota en el camastro que la joven usaba, pero Jimena no sabía leer. Cuando vinieron el hermano y el padre, Ramón la leyó y emitió un grito de desesperación…

-¡Que dice que se va a matar, padre, que la Isabel se va a matar, que no quiere la boda y prefiere estar muerta, que va a saltar por el acantilado del hacha!

Junto con otros vecinos del pueblo se dirigieron con candiles al acantilado, pero era imposible ver nada. Allí se quedaron esperando el amanecer, para intentar buscarla, pero la luz mañanera no dio ninguna pista, mientras al fondo del acantilado las olas batían con fuerza contra las rocas.

-Si ha saltado, será imposible encontrarla con este mar, sentenció el cabo de la Guardia Civil que los acompañaba. Pronto los vecinos comenzaron a dar el pésame a los padres de Isabel.

Nunca más se supo de ella. Los padres penaron por lo sucedido. Los vecinos ayudaron en lo posible para animarlos. La familia de Marcos, lo lamentó fríamente, mientras el chico comenzó a otear a otras chicas del pueblo para suplir a la desaparecida.

Ramón mantuvo una actitud seria y muy triste. Pero en su interior brillaba una luz, pues era el confidente del secreto de su hermana.

Isabel nunca se planteó saltar por el acantilado. Con los pocos ahorros de Ramón, pudo coger el autobús a la capital y buscar allí una nueva vida. La nota que dejó sobre su camastro, no era más que parte de esta treta.

Doce años después, un recadero entró al taller de Ramón para decirle que alguien le esperaría el domingo frente a la catedral de Oviedo. El abrazo fue enorme y sentido. Desde ese momento, Isabel y Ramón, hermana y hermano mantuvieron una discreta, pero constante, relación entre ellos.


Foto Sabius