Buscando

El hombre buscaba por el tren, a la persona que las había perdido.

En los vagones, entrando en los compartimentos, preguntando a unos y otros.

De repente el revisor le paró y le preguntó:

-Disculpe le veo buscando a alguien, ¿puedo ayudarle?

-No creo que pueda -respondió el hombre- pero podemos intentarlo, en realidad llevo en mi mano dos lágrimas y quiero encontrar a quién las ha perdido.

El revisor le miró sorprendido sin saber que hacer. Y le dejó pasar.

Y el hombre siguió buscando al propietario de esas dos lágrimas.


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El tatuaje de Nisudo

Carmen tocó suavemente la puerta y la abrió cediendo el paso al señor Nisudo, que tenía cita en la agencia Ochotorena, cuyo director Gumersindo, se levantó de su sillón para saludarle.

-Bienvenido señor Nisudo, soy Gumersindo Ochotorena.

El señor Nisudo, correspondió reverencialmente y luego alargó su mano para estrechar la de Gumer,

-Soy Yokasi Nisudo, un placer conocerle señor “okoscholotena”

Gumer no pudo disimular una leve sonrisa al escuchar el nombre completo de Yokasi Nisudo, pero intentó que no se le notara, mientras Carmen se reía en silencio a la entrada del despacho. Un gesto severo de Gumer, hizo que Carmen saliera y les dejara solos.

-Señor Nisudo, mejor llámeme Gumer, más sencillo para usted. Y por favor tome asiento. ¿Quiere tomar algo, café, te, un refresco tal vez…?

-No gracias, muy amable.

-Pues usted dirá señor Nisudo ¿en que podemos ayudarle?

-Necesito un tatuador -respondió el nipón-

-Ejem -tosió Gumer- disculpe ¿un tatuador? Verá señor Nisudo esto es una agencia de detectives, aquí no tatuamos, ni ponemos piercings, ni damos masajes, creo que ha habido una confusión…

Nisudo, torció el gesto y dijo algo alzando la voz en japonés que parecía mostrar molestia.

-No hay confusión, necesito que usted me busque un tatuador de su absoluta confianza, porque lo que tengo en mi espalda, puede costarme la vida. Quiero que me quiten unos tatuajes.

Nisudo se quitó parsimoniosamente la chaqueta y la camisa y mostró su blanca espalda con varios tatuajes en los que se distinguía caligrafía nipona y números.

-¿De que estamos hablando? -preguntó Gumer- ¿Qué significan esas palabras?

-No debo ni puedo decírselo señor Gumer. Es un secreto que afecta a organizaciones con las que usted no querría tener relación. La persona que me quite los tatuajes, no debe fotografiar mi espalda, ya que podría estar en peligro. Por eso ha de ser de total confianza.

Esa tarde Gumer reunió a su equipo, formado por, Federico, Carmen y Constantin. Les explicó la movida que tenían por delante antes de tomar ninguna decisión.

Fue Constantin quién afirmó conocer a una tatuadora que se hacía llamar Víbora Jones, que era de su total confianza y con la que había tenido algún tipo de relación en la que Gumer no quiso entrar.

Unos días después apareció Víbora Jones en el despacho. Desde luego hacia honor a su apodo. Bajo su estilismo y vestimenta se adivinaba una mujer menuda, fibrosa y segura de si misma. Ella tomó la palabra,

-Puedo hacerme cargo del trabajo si pagais bien. No es fácil quitar un tatuaje, lo haría con láser que es el método no invasivo más seguro y eficaz para eliminar la tinta no deseada de la piel, pero no puedo garantizar el borrado completo y exigirá varias sesiones de mi trabajo. En cuanto a mi discreción, Constantin me conoce y sabe que nunca digo una palabra de más. Ah, y no haría ninguna foto de la espalda del japo, aunque eso sería útil para ir viendo la evolución, pero bueno, si el cliente no quiere, podéis contar con ello.

Aceptada la propuesta, las sesiones se prolongaron varios días alternos durante unas semanas, para que la piel no sufriera en exceso. El resultado fue óptimo, quizás no impecable, pero fue exactamente lo que buscaba Nisudo. Pagó bien por el trabajo. Y desapareció.

Un mes después, Gumer reunió a su equipo en el despacho.

-Amigos, tenemos trabajo y del bueno.

Federico, Carmen y Constantin eran muy profesionales y aceptaron de buen grado la llamada de Gumer.

Pero lo que Gumer les contó les dejó un tanto sorprendidos.

-¿Os acordáis de Yokasi Nisudo? ¿verdad?

Los tres no pudieron evitar sonreir al escuchar de nuevo el nombre.

-Bueno…el trabajo salió bien y pagó aún mejor. No creo que le volvamos a ver, pero quedó un fleco del trabajo por hacer. Somos una agencia de detectives y nuestra labor es investigar hasta el final ¿verdad? Cuando Nisudo vino el primer día y se descamisó para mostrarme la espalda, me permití accionar la cámara de seguridad del despacho y tengo una imagen clara de los tatuajes que mostraba. Y eso amigos es lo que vamos a investigar. Que coño significaban esos tatuajes y porqué Nisudo nos ha pagado una pasta por librarse de ellos.

-¿Y eso no nos causará problemas, jefe? -preguntó Federico, con la complicidad de Carmen y Constantin…

Gumer con su habitual parsimonia le preguntó,

-¿Y cuando no hemos estado metidos en problemas?

A continuación, sacó una botella del mueble bar y les ofreció un chupito.

-Ahora vamos a relajarnos…

-¿Esto que es? – preguntó Carmen-

Gumer sonrió.

-Es Sake, asi vamos entrando en materia


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Sospechas

Marta esperaba a su amiga Azucena en la cafetería. Estaba preocupada porque le había dicho que tenía que hablar con ella de un tema urgente. Confió en que no fueran malas noticias médicas.

Al llegar, Azucena fue directa al grano:

-Estoy desolada, creo que Ramón me es infiel, no tengo pruebas, pero hay gestos, comportamientos, ha adelgazado, se cuida más… tiene más reuniones de trabajo, no sé, tengo una especie de sexto sentido que me hace pensar que hay otra mujer.

Marta intentó animarla,

-Quizás sean solo figuraciones tuyas, tal vez Ramón tan solo ha cambiado algunos hábitos sin mayor importancia.

-No Marta, no quiere hablar conmigo del tema, me rehúye, creo que hay otra mujer.

Se despidieron con un cariñoso abrazo.

Esa misma tarde Marta llamó a Ramón,

-He hablado con Azucena, está preocupada porque ha notado que has cambiado tus hábitos y cree que tienes una aventura.

-¿Y tú qué le has dicho? -preguntó Ramón

-La he escuchado con paciencia y aunque no creo que Azucena sospeche nada de lo nuestro, debemos tener cuidado, no podemos arriesgarnos.


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El valor de una sonrisa

Marzo 2023. Junto a unos amigos que han venido a Madrid, vamos al Teatro de la Comedia a ver una espléndida obra protagonizada por un excepcional actor, por el que sentimos una gran admiración. Mis amigos han venido expresamente a verle.

Terminada la obra y haciendo tiempo para la reserva que teníamos en un restaurante de la Plaza de Santa Ana, fuimos a un bar cercano a tomar una cerveza y la casualidad quiso que, al salir del bar, coincidiéramos en la puerta del teatro con el actor, que se saludaba con unas personas.

Mi amigo emocionado, se acercó y esperó pacientemente el momento en el que le pidió respetuosamente, hacerse una foto pues se identificó como gran admirador.

El actor no reaccionó y su rictus fue de fastidio. De hecho no dijo palabra.

Fue un conocido del actor, el que salió al quite y dijo, venga, yo os hago la foto, poneros junto a él. Y mis amigos lo hicieron, mostrando la mejor de las sonrisas.

No así el actor que, no solo no sonrió, sino que ni siquiera miró al objetivo, quedando una foto con cuatro personas sonrientes y un protagonista serio mirando a Babia.

Yo, que presencié la escena, me di cuenta en seguida, pero no así mis amigos.

Hecha la foto, el actor se fue charlando y riendo con sus colegas, por la calle del Príncipe, camino de Canalejas.

Cuando mis amigos vieron la foto, se quedaron estupefactos. No lo podían creer.

Pero ¿Qué le hubiera costado sonreír y mostrarse cercano durante apenas un segundo? ¿No hubiera podido fingir?

Puedo aseguraros que mi amigo fue prudente y exquisito al abordar al actor, por si alguno piensa en fans de otro tipo.

Y lo que son las cosas, con el buen sabor de boca que nos dejó la obra de teatro, ese extraño epílogo con la foto, nos dejó un tanto cabizbajos.

Al punto de que mi amigo, nos dijo, que hubiera preferido no pedirle la foto.

Pensaba en publicar dicha foto, quizás recortada, pero al final no lo voy a hacer.

Una sonrisa significa mucho. Enriquece a quien la recibe; sin empobrecer a quien la ofrece. Dura un segundo pero su recuerdo, a veces, nunca se borra.


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Sequía

He escuchado que tenemos excedentes de vino porque, de una parte, estamos exportando mucho menos y de otra, ha caído el consumo interior.

Si a eso unimos el problema de la ausencia de lluvias especialmente en la mitad sur de la península, creo que puede ser buen momento para poner en marcha lo que me encontré hace unos meses en un restaurante navarro, o para ser más exacto, en la puerta de acceso al cuarto de baño del restaurante.

A grandes males, grandes remedios.

Y publico hoy el post, no vaya a ser que la idea original del restaurante, se la apropie el político de turno, ahora que está a punto de comenzar la campaña electoral.

Salud 🍷

La biblioteca segura

El viejo había cerrado la puerta exactamente a las veinte horas, treinta minutos.

Tres horas después, Tomás forzaba sin dificultad la ligera cerradura de la ventana lateral que daba a un patio interior. Una vez dentro de la tienda, se dirigió a la caja registradora. Ésta apenas tenía ochenta y dos euros.

Buscó algún ordenador o Tablet que poder llevarse, pero estaba claro que el viejo pertenecía a una especie en extinción. Llevaba las ventas anotadas en un cuaderno viejo lleno de apuntes, cifras y fechas agolpados con alguna lógica que era incapaz de entender.

-Vaya fiasco, dijo en voz alta Tomás. Quién me mandaría a mí meterme en esta librería. Aquí no hay nada de valor…

De repente escuchó un ruido a su espalda y al girarse contempló la enorme figura de un romano que se presentó como Tulio Macrino, un pretoriano de imponente figura y soberbia musculatura.

-Oye chico, que haces aquí dentro, esta tienda es de don Leopoldo, ¿no me digas que has entrado a robar? ¿Y qué es eso de que aquí no hay nada de valor? Acaso no ves los libros, o es que eres tan necio que eres incapaz de valorarlo.

Tomás muy nervioso contestó

-Mire yo… lo siento, si me permite salir, le prometo devolver los ochenta y dos euros. Me he equivocado.

Entonces con rapidez, el pretoriano sacó su espatha y apuntó con su punta afilada al cuello del chico.

-Escucha porque no lo voy a repetir. Procedo de la Galia Lugdunense, llevo luchando desde que era un crio y ni tú ni nadie va a faltar al respeto a don Leopoldo. ¿Está claro?

La afilada punta había provocado la aparición de una gota de sangre en el cuello del chico, que se desmayó de inmediato. Tulio le ató pies y manos.

A la mañana siguiente muy temprano, don Leopoldo abrió la puerta de su librería y se topó de bruces con Tomás. Con firmeza le zarandeó y le echó agua en la cara. El chico reaccionó, atemorizado, gritando,

-No por favor, no me mate…

-¿Entraste a robar, eh malandrín?

-Lo siento señor, ahí tiene su dinero, no quiero que el romano me mate

– ¿El romano? Vaya, vaya, pues tuviste suerte, Tulio no acostumbra a preguntar primero…

-Pero ¿quién es? ¿Qué hacía disfrazado de romano?

-No está disfrazado, son sus ropas, Tulio es un personaje de uno de los libros. Anoche le tocaba a él hacer guardia. Por eso me marcho tranquilo a descansar. Sé que la librería está a buen recaudo con los personajes de los libros.

Leopoldo, desató a Tomás, que estaba absolutamente anonadado y le apremió a salir.

-Esta vez no voy a llamar a la policía, pero no vuelvas por aquí jamás.

El chico salió aparatosamente de la tienda.

-Ese Tulio es un blandengue, exclamó una voz femenina tras la columna, riéndose…

Era Helena, la bella esposa de Menelao, el rey de Esparta.

-Vaya, Helena que pronto pasan los turnos, respondió Leopoldo, esta noche te toca a ti, ¿verdad?

-Así es Leopoldo y no se preocupe, que podrá dormir tranquilo …


original publicado en abril 2020

De madrugada

-No, no y no -contestó el inspector Sanz-

-No te entiendo jefe -replicó Blanca- esta es nuestra oportunidad. Solo hay que esperar. ¿Acaso te niegas porque soy una mujer?

-No empieces con el discurso feminista. Ni mujer, ni hombre, ni extraterrestre de mi equipo, se va a jugar el cuello por una intuición.

En el despacho, también se encontraba el veterano Vilches, que intentó mediar en la conversación.

-A ver Julio, lo que Blanca propone es un poco arriesgado, pero puede ser efectivo. No va a estar sola, la cubriremos dentro de la sala y cuando salga.

Sanz se quedó ensimismado con cierta teatralidad y finalmente accedió.

-De acuerdo, quiero a Nacho y Roma siguiéndole los pasos y a ti Vilches fuera con parte de tu equipo, todos de paisano, coches de calle, nada de sirenas ni luces. ¿Está claro?


En la barra del club Oasis, se encontraba Blanca tomando una copa. Maquillada, con un modelo ajustado, buen escote y minifalda de infarto. Llevaba así unos días. Le habían entrado varios moscardones atraídos por su cuerpo escultural, pero los había despachado sin miramientos, después de hablar con ellos un rato.

Porque ella, solo le esperaba a él.

Un hombre de unos cuarenta años, se le acercó y la miró de arriba abajo. Se pidió un gin tonic y entabló conversación con ella y no empezó por las cursiladas de rigor, como “que hace una chica como tú en un sitio como éste”.

No, ese hombre fue directo y eso puso en prevengan a Blanca. Además, sus rasgos coincidían con la descripción de algunas de las víctimas.

-¿Eres puta, verdad? No te conozco. Estás muy buena. ¿Cuánto pides?

-Trescientos pavos -respondió ella-

-Joder tía, aquí también ha llegado la inflación, por lo que veo. Te ofrezco doscientos como tope.

-¿Doscientos? Vete a la mierda.

-Ehhhh chica, eres una fiera, eso me gusta, me gusta mucho. Vale, te doy trescientos y nos vamos a casa.

Salieron rápidamente del local y ya en el coche del tipo, la conversación era mínima. Blanca lo intentaba, pero el hombre la cortaba de inmediato.

-Mira bonita, te necesito para echarte un polvo, no necesito que me hables, ¿está claro?

-Vale, pero me pagas por adelantado ¿eh?

El tipo sonrió. Se dirigían a las afueras, cuando giró bruscamente hacia una zona boscosa y recorrió unos minutos angustiosos por un camino, hasta que detuvo el coche.

-Verás, no voy a pagarte, porque yo no pago putas.

Blanca se intentó revolver, pero el hombre le colocó una afilada navaja en el cuello apretando, hasta marcarle un punto de sangre. Mientras tanto Blanca amedrentada comenzó a llorar.

-Así me gusta, que seas muy dócil y obediente, como todas, porque de lo contrario te rajo zorra y te dejo aquí tirada

Blanca aún tuvo tiempo para preguntarle,

-¿No serás tú el violador del prado, verdad?

El hombre sonrió…

-Eso lo descubrirás muy pronto.

Entonces con violencia la agarró del pelo y la sacó del vehículo, tirándola al suelo y se colocó sobre ella con intención de forzarla. Blanca se mostró sumisa y dócil, con miedo, gimiendo.

-Vale, le dijo, seré buena chica, pero luego me dejas marchar, por favor.

El hombre le rasgó la falda, bajó las bragas y se posicionó sobre Blanca y cuando se acomodaba para penetrarla, Blanca pendiente de sus movimientos, aprovechó un descuido para golpearle en la mano en la que llevaba la navaja y darle un cabezazo partiéndole la nariz, de inmediato se lo quitó de encima, propinándole un codazo en la boca y comenzó a golpearle en la cara. El hombre apenas pudo reaccionar. Blanca se incorporó y le dio una patada en los genitales. El hombre se quedó doblado en el suelo.

En ese momento llegaron Nacho y Roma angustiados.

-Joder Blanca había dos caminos y elegimos el equivocado ¿estás bien?

-Estoy como nunca -gritó Blanca- pero agradezco que hayáis venido, aunque hubiera podido yo sola con este mierda.

Acto seguido le puso las esposas por detrás de la espalda, sin escatimar dureza, por lo que el hombre se quejó.

Y dirigiéndose a él, le dijo mirándole a los ojos -¿te ha gustado verme gimotear? soy buena actriz ¿verdad? suerte que están aquí mis compañeros, porque yo te hubiera cortado los huevos-

Vilches y su equipo forense llegaron de inmediato, para tomar todas las pruebas posibles, del tipo y de su coche.

-Puede ser él -comentó Vilches- solo hay que cotejar el adn con el que tenemos de otras violaciones.

-Tengo toda la conversación grabada -añadió Blanca- espero que eso también ayude.


A la mañana siguiente, el inspector Sanz, se sorprendió de ver a Blanca tan pronto. La llamó al despacho.

-Buen trabajo Blanca, arriesgado pero bueno. Apenas has dormido ¿Te encuentras bien?

-A tope jefe, no te imaginas lo que disfruté partiéndole la cara a ese malnacido. ¿Se sabe algo del cabrón?

-Está detenido en los calabozos. Esperamos a su abogado para el interrogatorio. Seguramente hoy te llamará la jueza para tomarte declaración. Antes, a las nueve tenemos reunión con todo el equipo.

Blanca se levantó, se acercó al inspector Sanz y le dio un beso en la mejilla, mientras le susurró al oído,

-Te quiero papá

-El inspector la miró cambiando su cara ruda por otra más suave,

-Yo también te quiero y estoy muy orgulloso de ti, aunque seas una cabezota y me des unos sustos tremendos.


Imagen de Thomas Wilken en Pixabay

Buscando la gloria

El Señor de Loucreaux lo dejó todo para ir a Tierra Santa a luchar contra los sarracenos. Dejó a su mujer, a sus hijos y vendió la mayor parte de sus tierras, para poder obtener una mesnada de soldados con la que garantizar el orden cristiano en esa tierra pecadora e infame. Convocado por el Papa, tanto él como otros tantos nobles señores, tenían como finalidad última, conseguir un reino cristiano en Jerusalén.

Diez años pasaron desde la salida del grupo rumbo a oriente.

Las cosas se torcieron al tercer año y Loucreaux (en adelante Eric) fue herido en varias ocasiones.

Antes de la batalla que le hirió, Eric participó en muchas escaramuzas. En una de ellas, las tropas entraron en una aldea, pasando por las armas a todos sus habitantes sin excepción. Fue allí cuando Eric descubrió casualmente a dos niños de poco más de cuatro años, que lloriqueaban asustados y temerosos. Se bajó del caballo y cuando se acercaba a ellos, vió los ojos oscuros de una mujer que le miraba fijamente, con miedo pero con serenidad. Eric comprendió que era la madre. Pese a las órdenes que tenía, se apiadó de ellos y con un gesto del cuello les indicó que se retrasaran a un pequeño cobijo oscuro.

Cuando el Marqués de Lacaune, preguntó a gritos si quedaba alguien con vida, se oyeron varias voces que daban la negativa por respuesta, entre ellas las del propio Eric, que con un rotundo “aquí no hay nadie” salió del lugar.

Esa noche, Eric no pudo evitar recordar la mirada de los niños y pensar es sus propios hijos, que serían de una edad parecida. Tampoco evitó acordarse de su esposa Ivette, ni de la firme mirada de la mujer sarracena.

Apenas unas semanas después, Eric fue herido gravemente y además fue hecho prisionero junto a algunos sobrevivientes de las espantosas batallas libradas contra las tropas Ayubitas.

Fueron cuatro años de cautiverio.

Cuando fue liberado, su estado era lamentable. Entendió que la guerra había terminado y quería volver a su tierra, pero no disponía de ningún dinero o bien, para intentar iniciar una travesía larga y penosa. Abatido pensó que su fin había llegado y se apenó de no haber muerto valerosamente en batalla, pues así se habría ahorrado los años que estuvo prisionero y su actual situación, que solo conduciría a una muerte lenta y segura.

Pasó un tiempo que no supo medir, mendigando ayuda. Con algunas heridas podridas y altas fiebres, perdió el conocimiento. Cuando abrió los ojos, se encontró en un humilde corral. No podía moverse y apenas podía ver. Pero si pudo escuchar una voz femenina que parecía amistosa, mientras notaba alivio pues esa voz le estaba limpiando heridas y sanando dolores.

De nuevo pasó un tiempo imposible de cuantificar, cuando vió por primera vez a la mujer que le estaba cuidando y se sobresaltó al ver la mirada serena de una mujer cuyos ojos negros se adentraban en su propio pensamiento. La reconoció como la madre de los pequeños a quienes salvó la vida, unos niños que ahora rondaban los ocho o nueve años.

Con el paso del tiempo, la mejoría de Eric fue notable, al punto que comenzó a hacer pequeñas tareas en el huerto que tenía la mujer. No podía hablar con ella pues desconocía su extraña lengua, pero tanto él como ella, emplearon el lenguaje corporal y mímico para entenderse con buena voluntad.

Tras casi tres años, Eric comenzó a entender algunas palabras del vocabulario de esa lengua y fueron capaces de comenzar a comunicarse con más claridad.

Eric había desechado la idea de regresar a Francia. Poco a poco intentó mostrarse cada vez más amable con la mujer a la que él llamaba Halima. Ese era el nombre que había entendido.

Ella por su parte, rompió su coraza y correspondió a la amabilidad de Eric y al poco tiempo, yacieron juntos. Las secuelas de las graves heridas de Eric habían afectado a su virilidad, pero no parecía importarles, pues juntos dormían mirando a las estrellas, cada vez más abrazados.

Una mañana, estando en el poblado para intentar comprar una cabra, Eric escuchó a unos hombre hablar en francés y se volvió hacia ellos. Los hombres le miraron sorprendidos. Pero Eric saludó con una inclinación de la cabeza y siguió su camino. Ese día entendió que su vida y su mundo estaban allí, que Halima le esperaba.

Las secuelas de las heridas pasaron factura y dos años después Eric enfermó, falleciendo en apenas unos días. Halima limpió su cuerpo antes de que fuera enterrado con ayuda de otros hombres del poblado.

Halima no lloró, ella sabía que eso era solo el paso hacia la vida eterna. Pero cada día se acercaba a la tumba a rezar por el hombre venido de tierras lejanas, que les salvó la vida, a ella y a sus dos hijos.


Imagen:  Painting by J.J. Dassy, 1850, «Croisades, origines et consequences.». Esta es una reproducción fotográfica fiel de una obra de arte bidimensional de dominio público

Kit

Mi padre nos pidió por su cumpleaños un kit de supervivencia que traía de todo y además a muy buen precio. La de cosas curiosas que se venden por Amazon hoy en día.

Nos sorprendió su petición, pero la verdad es que no sabíamos que regalarle, así que accedimos.

Desde que enviudó, se vino a vivir con nosotros y la convivencia no era precisamente sencilla.

El caso es que para probarlo, se le ocurrió que le dejáramos dentro del pozo de la finca del vecino que está deshabitada, a ver como se las apañaba. No nos gustó mucho la idea, aunque el pozo estaba completamente seco, pero era su ilusión y así estaría entretenido unos días.

Bajamos él y yo por una escalera con sumo cuidado y allí se quedó al fondo, emocionado con su linterna, su walkie, sus tuppers con comida para unos días, su jersey de lana gordo por si refrescaba y con los utensilios que componían el kit de supervivencia. Cuando comprobamos que tenía todo, yo salí y después sacamos la escalera del pozo y nos fuimos a casa.

El primer día fue divertido, se comunicaba con nosotros varias veces, y es que mi padre, todo hay que decirlo, es muy cansino, pero entendimos su ilusión.

El segundo día comunicó menos, pero no nos alarmamos. Parecía lógico, que después del arreón inicial, entrara en un proceso, como de reflexión. Tenía comida para tres días completos. Y nosotros tan panchos, viendo el canal de televisión que queríamos, comiendo o cenando a la hora que nos diera la gana, una gozada, sin duda.

A ver, le echábamos de menos, pero también disfrutábamos de unos días de tranquilidad.

El tercer día era viernes, lo recuerdo perfectamente y decidimos invitar a unos amigos a casa, cosa que nunca podíamos hacer porque mi padre no quería gente cerca y nos montaba unos pollos que no veas.

En teoría el sábado sacaríamos a mi padre del pozo, pero nos despertó temprano un ruido enorme proveniente de la finca del vecino. Asomados por la ventana comprobamos que estaban sellando el pozo en el que le habíamos dejado.

Alarmado, me vestí rápidamente y me acerqué a los obreros. Me dijeron que la finca había sido vendida y que el nuevo dueño, les había contratado para sellar el pozo, tarea que ya habían terminado, para así evitar que algún niño pudiera caerse, cuando viniera a vivir con su familia.

Compungido pero sereno, regresé a casa y se lo conté a mi mujer.

Dice el refrán que «a grandes males, grandes remedios«, así que nos preparamos un café, nos conectamos a internet y comenzamos a buscar entradas de teatro y un hotelito romántico para ir el próximo finde a la ciudad, y también vuelo y alojamiento para hacer, por fin, nuestro anhelado viaje a París en el próximo puente.

Ahhh sin olvidar Cádiz, donde podríamos ir en verano después de varios intentos fallidos por culpa de mi padre.


Imagen: web Amazon (enlace)

Seguridad eclesiástica

De un tiempo a esta parte prolifera la publicidad de las empresas de seguridad, cuya mejor estrategia es la teoría del miedo. Miedo a un robo, a un atraco o a los ocupas. Son los tiempos que corren.

Hay estadísticas muy interesantes sobre este tema. Aunque creo que estamos en riesgo de convertir nuestra vida en una permanente estadística, pero eso es otro tema.

Y las iglesias y ciertos monumentos no están libres de cualquier expolio. A veces leemos noticias en ese sentido.

Sucede sin embargo que, en algunos lugares, se anuncia con una placa que dicha iglesia está protegida, igual que podríamos hacer en nuestros negocios, nuestras casas, etc.…

Con una salvedad, poner un cartel de esos en una fachada convencional, o en la puerta de nuestra casa, no es especialmente llamativo.

Pero ponerlo a la entrada principal de una iglesia (como se ve en las fotos que acompañan este texto), es de mal gusto e incluso daña visualmente al propio patrimonio.

¿Es posible que a nadie se le haya ocurrido colocar esa placa en otro lugar suficientemente visible pero que no sea precisamente la entrada principal al templo?

Y me refiero no solo a la empresa de seguridad, sino al párroco, obispado o quién sea responsable del templo y de su gestión.

No se trata de sacar una foto y que nos moleste la placa, se trata de la sensación de «perturbación artística», que ello plantea.